Jesús es el Señor

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«Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.» (Filipenses 2:5-11 LBLA)

Filipos era una ciudad ubicada en Macedonia, en lo que ahora sería parte de Grecia. Fue fundada por el Padre de Alejandro Magno, Filipo de Macedonia, siendo una “… ciudad principal de la provincia de Macedonia, una colonia romana” (Hch 16:12). Específicamente era una colonia militar donde habitaban veteranos de guerra, lo cual aseguraba fidelidad al Imperio y al César.

En su segundo viaje misionero, Pablo tuvo la visión de un varón Macedonio que le pedía que fuera y les ayudara (Hch 16:9). Fue en Macedonia que Pablo fundó la primera congregación en Europa. Conoció a Lidia, una mujer que vendía telas de púrpura (Hch 16:14), a quien Dios le abrió el corazón para que escuchara el mensaje. Fue en Filipos que reprendió al espíritu de adivinación de una esclava, por lo que fueron llevados a prisión y fue esta cárcel en donde Dios los liberó de manera milagrosa, salvando también al carcelero junto a su familia (Hch 16:34). Así comenzó la obra de Dios en Filipos.

El apóstol amaba esta congregación por lo cual escribe esta carta, alrededor del año 60 d.C en Roma mientras estaba encarcelado (Fil 1:7), para permanezcan firmes ante los enemigos del evangelio y puedan vivir por la causa del Señor. Le escribe para que superen sus problemas de egoísmo y jactancia, mirando al Señor e imitando su manera de pensar, su actitud y sentir.

Ejemplo de amor y humildad.

Desde Edén que el pecado del hombre ha sido querer ser Dios, subir a lo alto, gobernar su propia vida -y mucha veces la de los demás-, hacer lo que su deseo le dicta. ¿Cuántas veces has pensado que puedes hacer las cosas mejor que Dios? Quizás tu respuesta ha sido «nunca», pero es sólo porque no te has atrevido a decirlo de esa forma, sin embargo cuando desobedecemos a Dios, eso es lo que nuestros actos gritan al creador. Somos egoístas y soberbios.

Juan nos aclara, en el prólogo de su evangelio, que Cristo existía antes de su encarnación: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1:1). Siendo por naturaleza Dios, no tenía necesidad de nada (Hch 17:25), no le debía nada al ser humano, ni tenía la obligación de perdonarlo. Mas no se aprovechó de esta condición divina, fue contra toda idea egoísta y se rebajó, siendo digno de toda la gloria se humilló y tomó la posición de un esclavo.

Jesús se introdujo en la historia por amor, abandonó su lugar de gloria, se encarnó y nació en Belén. Vino como un hombre, y no sólo con «apariencia» humana o como un ángel encubierto, sino que se hizo como uno de nosotros, con todo lo que ello implica. Sin importar el costo, el Dios creador de todo, se hizo poco menor que los ángeles, se convirtió en un ser frágil y mortal (cf. Heb 2:16), por amor a su pueblo.

Ejemplo De Servicio Y Obediencia.

Dios no se rebajó solamente al manifestarse como ser humano, sino que ahora siendo Emanuel (Mt 1:23), el verbo encarnado, decide dedicarse y entregarse en servicio.

Jesús vivió una vida de completa obediencia al Padre, venció a la tentación y nunca pecó. Tal fue su obediencia que estuvo dispuesto, por decisión propia, a morir en la cruz (cf. Jn 10:18). No vino a este mundo a ser servido, sino que para servir y dar su vida para el rescate de muchos.

El Mesías no sólo fue servicial y obediente hasta la muerte, sino que su propia muerte fue de una forma cruel y humillante. No esperó morir de una enfermedad, en un accidente o a causa de la edad. Jesús murió como delincuente en la cruz, una vergüenza para los ciudadanos de Filipo que consideraban tal muerte como algo aberrante, sinónimo de humillación y derrota. Impensable es, para ellos, que ese hombre crucificado pueda ser el Hijo de Dios. Sin embargo la predicación de los cristianos en Filipo era exactamente esa: «Cristo crucificado», piedra de tropiezo para los judíos -que consideraban que la cruz era una maldición (cf. Gal. 3:13)- y una estupidez para los gentiles, pues al que estos cristianos llamaban Rey, había muerto a manos de un procónsul del César.

Tal contradicción, en el madero, es la manifestación de Dios mismo. El Dios eterno y soberano no deja de ser Dios en la humillación de la cruz. Él se ha revelado en ello, el servicio y la humildad es la máxima expresión del amor. Isaías ya hablaba de esto al profetizar: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is 53:5). Pablo hace de este magno evento el centro de su predicación y dice: “me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor 2:2).

JESÚS ES EL ÚNICO SEÑOR

Sin embargo la historia no termina con Jesús en la tumba. Dios no dejó a Cristo en el Hades1, sino que lo exaltó como Señor de Señores. Jesús en la humillación fue enaltecido (cf. Lc 14:11). Dios trastoca los valores de este mundo, la grandeza no se mide bajo los estándares del Imperio, se mide en la humildad y en el servicio, en su entrega por el otro.

Jesús Pantocrator
Jesús Pantocrator. Mosaico en Hagia Sophia, Turquía.

«Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.» (Is 53:12)

Cuando Moisés pregunta a Dios cuál es su nombre, Dios responde diciendo «YHWH», que traducido es «YO SOY». Este nombre fue considerado tan sagrado que los judíos, para no violar el mandamiento (Ex 20:7), lo omitían o sustituían.

En el siglo III a.C. comenzó la traducción al griego de las Escrituras hebreas. En esta traducción, llamada Septuaginta (LXX), los judíos tradujeron el tetragrámaton «YHWH» al griego usando la palabra Kyrios (κύριος), que significa SEÑOR.

La Iglesia primitiva leía y usaba la Septuaginta, muchas de las citas que tenemos en el Nuevo testamento son tomadas de la LXX, por eso cuando los cristianos decían que Jesús es el Señor (κύριος), estaban reconociendo a Jesús como el propietario del universo, el dueño de todo. El Hijo encarnado, Señor de señores y Rey de reyes, es Dios mismo.

Pablo muestra la identidad divina de Cristo al escribir a los filipenses (Fil 2:10-11) una clara referencia a Isaías 45:23 “He jurado por mí mismo, con integridad he pronunciado una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla, y por mí jurará toda lengua”.

Así, mientras Isaías nos habla de la soberanía absoluta de YHWH (Is 45:5-6), Pablo nos dice que el Señor del Antiguo Testamento es Jesús: el Cristo, el Mesías, el Rey, el Kyrios, el SEÑOR. Y llegará el momento, más temprano que tarde, en que TODOS confesarán a Jesús como Señor. Todo ser espiritual en los cielos, toda cosa creada en la tierra, incluso los muertos se doblarán ante Cristo. Aun los que le aborrecieron, los que lo rechazaron, los que estarán condenados eternamente se doblarán delante del que no quisieron como Rey sobre ellos. “Pero en cuanto a esos enemigos míos que no me querían por rey, tráiganlos acá y mátenlos delante de mí.” (Lc 19:27).

Toda lengua ha de declarar que Jesús es el Señor sobre todos y todo. Es Señor sobre los dioses e ídolos paganos, es Señor sobre los creyentes e incrédulos. Es Señor sobre nuestras enfermedades y problemas, sobre nuestras angustias y pruebas. ES SEÑOR. No se trata de hacerlo Señor sobre nuestras vida, Cristo YA ES Señor. Pablo está declarando a los Filipenses que todo, incluido el César -que encarnaba al Imperio- está bajo la autoridad del único Señor: Cristo Jesús, Dios mismo.

Por lo tanto, debemos humillarnos y obedecer al verdadero Señor. Vivir una vida como Cristo, dejando de lado el egoísmo, la vanidad y sirviendo a nuestro prójimo en amor. Y si el vivir para el Señor significa el desprecio y la humillación, recordemos que a él lo despreciaron primero.

Recuerda que a nosotros se nos ha concedido no sólo el creer sino el sufrir por su causa, sabiendo que en el retorno del Señor los muertos en Cristo se levantarán triunfantes, nuestros cuerpos serán transformados y su pueblo será vindicado. Los humillados serán enaltecidos.

Dios es fiel, terminará lo que comenzó y nada puede impedirlo puesto que es el SEÑOR DE SEÑORES, y si Jesús es el Señor… el César no lo es.


Adaptación del sermón predicado el 25 de enero, 2015.

J.P. Zamora

  1. – El lugar de los muertos.

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