«Entonces se le acercó Pedro, y le dijo: Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» (Mateo 18:21-22 LBLA)
En la actualidad muchos dicen creer en Jesús pero no en la Iglesia, sostienen que no es necesario ser parte de una congregación para seguir a Cristo, pero Jesús murió por la Iglesia y es la fe en él que nos une a su cuerpo, a la familia de Dios, al Templo del Espíritu, a la Asamblea de los creyentes.
Vemos que Jesús vino a restaurar el pueblo de Dios cuando escoge a 12 apóstoles para darles autoridad de proclamar el evangelio, tomando así el numero, simbólico, de las 12 tribus de Israel (cf. Mt 10:1). Cristo tenía contemplada a la Iglesia en sus planes, el lugar donde habitaría la presencia de Dios y sería palpable el Reino de los cielos.
Hemos sido llamados a una comunidad, a vivir en comunión con los hermanos, por ende no es correcto que existan creyentes aislados de esta comunidad. Nos necesitamos unos a otros para amarnos, animarnos, exhortarnos y perdonarnos. Somos una familia reunida en torno a Dios.
Ahora bien, la Iglesia es un pueblo escogido, una nación santa, sacerdotes del Rey y posesión de Dios (cf. 1 Pe 2:9), pero no está exenta de problemas y dificultades. Somos llamados a matar el pecado a diario, sin embargo, el pecado permanecerá en nosotros hasta el momento de la glorificación. Entonces, ¿cómo una comunidad de Santos puede lidiar con el pecado? ¿cuál es la importancia de la comunidad cristiana en la vida del creyente?
«Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra.» (Mt 5:5)
Jesús es representado por los humildes, tal es la identificación y el cuidado que tiene el Señor por los miembros humildes de su pueblo que dice: « Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!» (Mt 18:6-7)
Los líderes y los miembros de la Iglesia deben estar atentos para evitar ser causa de cualquier tropiezo y para ir a buscar y restaurar a un hermano en caso de caída.
Hay cosas, circunstancias y momentos que nos pueden hacer caer, que nos llevan al pecado e inclusive a apartarnos del camino del Señor; tales circunstancias no son ajenas a los miembros del pueblo de Dios y el Señor mismo, como buen pastor, es el que va en busca del hijo que se aparta, de la oveja perdida (Mt 18:10-14). Pero ¡ay de aquellos que hagan pecar a uno de los pequeñitos del Señor o haga que se aparte de la fe! Sería mejor cortar y sacar aquello que causa tropiezo, a que todo el cuerpo sea arrojado al lago de fuego.
«Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.» (Mt 18:15-17)
Ahora ¿Cómo debemos actuar con los que causan tropiezos? ¿qué debemos hacer con los que pecan contra nosotros?
Dios conoce las necesidades de la Iglesia y sabe que no somos ajenos a los problemas y que necesitamos ser restaurados, perdonar y ser perdonados. Es por eso que Jesús establece cuáles son los pasos para resolver un problema en la congregación.
- A solas: Nuestra preocupación es no generar tropiezos, por eso lo primero que debemos hacer es resolver el conflicto personalmente, sin divulgar ni involucrar a otros. Queremos ganarnos a un hermano.
- Con uno o dos testigos: Si en el paso anterior no logramos resolver el conflicto y no escucha el llamado anterior negando arrepentirse, debemos involucrar a otros hermanos que sean testigos de la reprensión. La idea siempre es cuidar a la comunidad y sobre todo a los más pequeños.
- A la Iglesia: Si después de estos pasos no hay arrepentimiento, la llamada de atención debe ser de parte de la congregación. Si aun así, se niega al arrepentimiento debe ser sacado de la comunión.
Lo que debemos buscar es el arrepentimiento del hermano y nuestra dicha es, que aquel que se había apartado vuelva ahora los caminos del Señor. Nuestro gozo esta en el perdón y la restauración. Sin embargo, debemos ser consciente que ante la negativa de arrepentimiento y por amor a los pequeños que pueden tropezar, debemos “cortar” la mano, debemos considerarlo como gentil y publicano, apartado del pueblo de Dios.
La autoridad de atar y desatar está relacionada con la disciplina en la Iglesia. Atar y desatar es lo que hoy podríamos llamar como “encarcelar y liberar”, “dar un castigo o levantarlo”. La iglesia tiene la responsabilidad de alinearse a los decretos y dictámenes de Dios y ejecutarlos en busca del arrepentimiento del pecador, sabiendo que el testigo principal es el Señor mismo.
«Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.» (Mt 18:21-22)
En el contexto del primer siglo, muchos maestros judíos consideraban perdonar hasta tres veces era un correcto de oportunidades para el transgresor, quizás Pedro al decir 7 pensaba que estaba siendo generoso con el perdón. Jesús, en cambio, le dice que el perdón debe ser hasta setenta veces siete, lo que no significa literalmente 490 veces, sino TODAS LAS VECES QUE SEA NECESARIO.
La comunidad mesiánica es un pueblo perdonado, con un Rey que ha perdonado todas nuestras ofensas. Como está de lejos el oriente del occidente, así alejó de nosotros nuestras transgresiones (cf. Sal 103:12).
Ese es el ejemplo que debemos seguir, Jesús ante todas las ofensas no pidió venganza ni solicitó que los ángeles vinieran y lucharan por él, sino que dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lc 23:34). Luego Esteban, siguiendo el ejemplo del Señor, mientras lo asesinaban clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado (Hch 7:60).
Somos un pueblo establecido por el Señor, una comunidad llamada a amarse entre sus miembros y este amor involucra la ayuda mutua frente a la batalla contra el pecado. Nos necesitamos unos a otros, recordando siempre que el Señor se identifica con los humildes, con los que luchan, con los que perdonan y están dispuestos a pedir perdón. Un pueblo arrepentido, un pueblo perdonado.
Fotografía encabezado: Kevin Gent.
Adaptación de sermón predicado el 12 de Marzo, 2017.
J.P. Zamora
Muy bueno, Dios lo bendiga
Muchas gracias, igual a Usted.
De nuevo Jean Zamora compartiendo algo que nos edifica e instruye. Muchas Gracias. Dios te guarde.
Gracias por recordarnos algo tan sencillo y profundo al mismo tiempo. Bendiciones J.P.