El Templo de Dios. El pueblo de su Presencia.

Cuando participaba en los “Jóvenes A” de la escuela dominical una de las primeras cosas que aprendí fue que Iglesia no es el edificio donde la gente se reúne, sino que son los creyentes congregados en torno a Jesús. Entonces cada vez que me preguntaban si iba a la Iglesia, con toda confianza yo podía decir: «No, no voy a la Iglesia, voy al Templo.» ¡Qué equivocado estaba!

«Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor» (Ef 2:20-21)

LA PROMESA DE SU HABITACIÓN

Dios desde el comienzo ha querido tener una relación íntima y personal con los seres humanos. Génesis nos muestra al Señor paseándose por el huerto al aire del día (Gen 3:8). De ese modo apreciamos que el cielo y la tierra, el espacio de Dios y el de los hombres, estaba completamente unido. Sin embargo, la humanidad pecó y la relación con Dios quedó rota (Rm 3:23).

Asimismo, uno de los hilos conductores de la Biblia es la promesa de Dios habitando en medio de su pueblo, restaurando esta relación caída. Los espacios separados, el cielo y la tierra, una vez más se unirán.

El Tabernáculo

Cuando leemos el Antiguo Testamento notamos que hay un lugar especial donde se experimenta la presencia de Dios, ese lugar es el tabernáculo y luego el Templo. Dios da a Moisés las instrucciones de cómo construir el tabernáculo (cf. Ex 25-31), un lugar donde Dios moraría y en el que se realizarían sacrificios de animales para “limpiar” al ser humano y que este comparta la presencia de Dios.

«Entonces sucederá que al lugar que el Señor vuestro Dios escoja para morada de su nombre, allí traeréis todo lo que yo os mando: vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos y la ofrenda alzada de vuestra mano, y todo lo más selecto de vuestras ofrendas votivas que habéis prometido al Señor.» (Dt 12:11 LBLA)

El Templo

Con el pasar del tiempo la promesa de Deuteronomio se cumple. El tabernáculo, esa tienda/carpa que acompañaba al pueblo de Israel en el desierto deja su lugar para ser reemplazado por el glorioso Templo de Salomón en Jerusalén. Esto marca una identidad, los israelitas no solo tenían “la tierra” sino que la presencia del Señor estaba con ellos en y a través del Templo. Ellos comprendían que Dios no podía ser contenido en un edificio, sin embargo, estaban gozosos de que el creador de todo decidió concentrar su presencia, primeramente en el tabernáculo y para luego hacerlo en el Templo. Los Salmos dan testimonio de esta alegría:

«¿Por qué miráis con envidia, oh montes de muchos picos, al monte que Dios ha deseado para morada suya? Ciertamente el Señor habitará allí para siempre» (Sal 68:16 LBLA)

No obstante, el fracaso de Israel condujo a la pérdida de la presencia de Dios entre ellos. El Templo y Jerusalén fueron destruidos y muchos partieron al cautiverio. Los que se quedaron en Israel dejaron de ser un pueblo identificado por tener a Dios habitando en medio de ellos, ya no eran el pueblo de la presencia.

Esta tristeza se expresa en Ezequiel 10, donde el profeta nos dice que la Gloria del Señor abandonó el Templo, aunque también se profetiza el retorno de Dios. Así la esperanza de Israel estaba en la reconstrucción del Templo y el retorno de la presencia de Dios con ellos.

«Mi morada estará también junto a ellos, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Ez 37:27 LBLA)

En los libros de Esdras y Nehemías se nos relata la reconstrucción de Jerusalén y del Templo. Tristemente, este segundo Templo no fue como el anterior. El segundo templo no tenía la belleza del primer Templo, el de Salomón, y aún más importante, no tenía el arca del pacto que representaba a la presencia del Señor. Dios no estaba con su pueblo.

Con Jesús

En este contexto se inicia el Nuevo Testamento. Juan describe algo impresionante en su primer capítulo.

«Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1:14 LBLA)

En los tiempos en que la presencia de Dios no habitaba en el Templo vemos la entrada del hijo de Dios, quien es ahora su portador. Jesús es el Templo, él «tabernaculizó» entre nosotros. La manifestación del cielo en la tierra, el Reino que se había acercado. Ya no era un edificio estático ubicado en un espacio específico, este tabernáculo, este templo, se movía y acercaba a los pecadores.

Jesús no sólo era el verdadero Templo donde la presencia de Dios mora y donde el cielo y la tierra se reúnen. Jesús era también el cordero de Dios que purifica al hombre para entrar al espacio sagrado y ser reconciliado con Dios. Clic para tuitear

Mientras los judíos miraban con gran asombro el Templo y la masiva renovación que realizó Herodes, cerraban sus ojos ante Jesús. Tal era su fascinación por este edificio, que se escandalizaron por la actitud de Jesús hacia el Templo, sin entender lo que los profetas habían dicho acerca de él (cf. Ml 3:1).

El Señor, de quien hablaban los profetas, estaba ahí presente mostrando que Dios tenía otros planes. La presencia de Dios no moraría más en un edificio, en el Templo en Jerusalén, sino que ahora sería distinto. En vez de oírlo, lo asesinaron.

Jesús no sólo era el verdadero Templo donde la presencia de Dios mora y donde el cielo y la tierra se reúnen. Jesús era también el cordero de Dios que purifica al hombre para entrar al espacio sagrado y ser reconciliado con el creador.

Finalmente, el Templo de Jerusalén fue destruido en el año 70, cerca de 40 años después de que Jesús resucitó y hasta el día de hoy, por más intentos que han hecho los judíos, no han podido reconstruir el Templo de Jerusalén. El ministerio terrenal de Jesús terminó, el Señor está hoy sentado en su trono, entonces la pregunta a resolver es ¿Dónde está en el día de hoy la presencia de Dios? ¿En qué Templo habita?

La Iglesia, el Templo del Espíritu.

«¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Co 3:16 LBLA)

¿Recuerdan la frase del inicio: «No voy a la Iglesia, voy al Templo»? Ciertamente estaba en error, porque así como la Iglesia es la asamblea de creyentes, así mismo el Templo del Espíritu es la Iglesia. Dios ha decidido habitar el día de hoy en la asamblea de creyentes. Un edificio no hecho por manos de hombres, sino constituido por personas, por piedras vivas.

Usted, yo, nosotros somos la habitación de Dios. Aunque suene raro, cuando el Señor asciende, él deja al consolador, al Espíritu Santo, quien viene a morar a la iglesia, tanto colectiva como individualmente. Nosotros y no los edificios, somos la morada de Dios y Templo del Espíritu Santo donde habita su presencia.

«Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada.» (Jn 14:23)

¿Estoy diciendo que no debemos construir edificios para congregarnos o que no es necesario reunirnos en un lugar específico? ¡Para nada! Estoy apuntando a algo más profundo.

En Europa muchos de los grandes edificios que albergaron a creyentes están siendo cerrados, se han convertido en bibliotecas, en tiendas comerciales e incluso en casas habitaciones. Hermosos edificios, piezas de maravillosa arquitectura, pero que sólo son piedras. Dios no mora en las paredes, Dios no habita en los ladrillos, Dios habita en su iglesia y está con nosotros todos los días.

Nuestra vocación como Templo

Templo
Muro de los lamentos

Actualmente los judíos anhelan la reconstrucción de un Tercer Templo, ellos esperan ver la promesa de Dios cumplida. Sin embargo, para los cristianos la promesa de Dios se ha cumplido, su presencia está con nosotros. Sea que la Iglesia se reúna en un gran edificio, en una casa o en la calle Dios está con y en los creyentes por medio de su Espíritu.

Si solamente tomaremos conciencia de esto toda nuestra vida cambiaría. Dios no está únicamente cuando hacemos una reunión, somos el Templo de Dios las 24 hrs del día. No hay culto más importante que nuestra propia vida. Es por esto que debemos estar atento a nuestra vida espiritual y a nuestra piedad personal.

Los creyentes, por medio del Espíritu Santo, están en la presencia misma del Señor día tras día, el velo ha sido roto (cf. Mt 27:51) y podemos contemplar la gloria de Dios en el rostro de Jesús. Al mismo tiempo es en su presencia que somos transformados a la imagen de Cristo.

Esa es nuestra vocación, la presencia del Señor no está contenida en un espacio geográfico en particular, está en los creyentes y opera por medio de la Iglesia. Dios esta reconciliando consigo todo el cosmos y hoy lo hace por medio del cuerpo de Cristo y la obra del Espíritu.

¿Vive usted como el Templo del Espíritu? ¿Es usted un agente que acerca la presencia de Dios a este mundo caído?

El pueblo de Dios es el pueblo de su presencia.


J.P. Zamora


Imagen encabezado: «Ágape». Pintura en el muro de la Catacumba de Pedro y Marcelino. (III-IV d.C).
Fotografía: Muro de los lamentos, vestigio del Templo de Jerusalén, por Letizia Agosta.
Adaptación del sermón predicado en Casa de Oración Rancho Nuevo.

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