Martín Bucero: el reformador ignorado

Martín Bucero

Más de 500 años han pasado desde que se iniciara el movimiento reformador liderado por Martín Lutero, en Wittenberg, al dar a conocer sus famosas 95 tesis en la víspera del día de todos los Santos. Hoy, con la claridad que da el tiempo y al apreciar los cambios que generaron las ideas de Lutero y otros reformadores en Europa, nuestro deber es reflexionar y recordar que todo hecho histórico contiene luces así como también posee sombras.

Los protestantes celebramos el acento que se dio al evangelio en esos años, la primacía de Cristo sobre la Iglesia —reflejada en la salvación exclusivamente por medio de la fe en Jesús— y la Biblia como única norma de fe y conducta, son temas que celebramos, que son parte de nuestra historia y teología hasta el día de hoy. Pero, así como para unos Lutero fue un héroe, para otros es el ogro que destruyó la unidad de la iglesia, la bestia salvaje que holló la viña del Señor1.

Si uno mira la situación actual del cristianismo occidental se dará cuenta que existen muchas tradiciones y denominaciones (presbiterianas, luteranas, bautistas, metodistas, pentecostales, etc). Si bien, todas se definen como cristianas —y muchas de ellas se sienten herederas de las reformas europeas— siguen existiendo diferencias sustanciales en sus confesiones y creencias, lo que ha generado grandes divisiones y rupturas.

Algunas congregaciones, aun cuando se reúnen en edificios colindantes, no comparten entre ellas pues son de distintas denominaciones. Esta rivalidad o falta de unidad ha impedido una profunda comunión entre cristianos. Incluso no ha permitido que hermanos, creyentes en Jesús como su Señor y salvador, puedan sentarse a compartir la mesa del Señor.

Ciertamente, en pleno siglo XVI las cosas no eran distintas. Las diversas variantes de la reforma también significaron diferentes perspectivas doctrinales. Acaloradas discusiones se entablaron respecto al entendimiento de la Escritura. Estas diferencias fueron motivo de distanciamiento, persecución e incluso muerte. Sin embargo, existió un reformador que buscó mantener la unidad de la Iglesia en medio de los conflictos entre los principales lideres de la reforma protestante. Hablamos de Martín Bucero, el Martín menos conocido.

Martín Bucero fue reformador en Estrasburgo. Nació el año 1491 en Sélestat, Alsacia. Inicia su vida cristiana siendo fraile dominico, realizando sus votos monásticos en el año 15062. El humanismo floreciente en la región lo llevó a admirar la labor de Erasmo, pero en 1518, cuando escuchó la exposición de Lutero en la Disputa de Heidelberg quedó convencido de la doctrina protestante sobre la justificación por la fe sola. Bucero se marchó del convento y en 1522 se casó con una monja. Esto significó que fuera excomulgado de la Iglesia Romana, por lo que se dirigió a Estrasburgo dónde lideró la Reforma en la zona.

Estrasburgo estaba ubicada en una región intermedia entra la zona dominada por los Luteranos y los seguidores de Zwinglio. Es así que la vida de Bucero transcurrió en medio de estas dos corrientes protestantes. Si bien habían acuerdos en muchas partes de la doctrina, existió un punto donde estos dos hombres no pudieron estar nunca de acuerdo: el tema de la Santa Cena o eucaristía.

Lutero rechazó gran parte de la teología católica romana sobre la Santa Cena. El reformador alemán se opuso a las misas privadas y a la eucaristía como repetición del sacrificio de Cristo. También fue contrario a la idea de los méritos en la misa y a la doctrina de la “transubstanciación”, la cual sostenía que tanto en el pan como el vino se contiene verdadera, real, y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad del Señor Jesucristo3, argumentando que tal entendimiento colocaba el sacramento bajo el cautiverio de la metafísica aristotélica, y negaba la permanencia del pan y el vino4.

«Mientras comían, Jesús tomó pan, y habiéndolo bendecido, lo partió, y dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo» (Mateo 26:26 LBLA)

Para Lutero, los elementos de la santa cena, sin dejar de ser pan y vino, se convertían en vehículos en los que Cristo se hacia presente, es decir, la sustancia de los elementos permanecían y a ellas se les añadía el cuerpo y la sangre del Señor. Esta idea con el tiempo pasó a ser conocida con el nombre de “consubstanciación”. Lutero no estaba dispuesto a sostener que los elementos en la comunión eran sólo símbolos, para él, era sumamente importante el tema de la eucaristía, la cual junto a la predicación, constituían el núcleo del culto cristiano. Cuando leía las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo capítulo 26 que decía “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”, pensaba que la presencia de Cristo en los elementos era muy clara.

Es así que el tema de la santa cena fue una doctrina que dividió y divide a las iglesias protestantes. Lutero consideraba tan importante la presencia real de Jesús en la eucaristía que llegó a decir qué preferiría comer el cuerpo de Cristo con los papistas que comer pan con los “entusiastas”5. Cualquier argumento que pudieran darle no lo convencía, porque iba contra el entendimiento que él tenía sobre las palabras del Señor.

Para él la unidad de la Iglesia era importante debido a que esta era una extensión viviente de la Encarnación del Hijo de Dios. Por esto se esforzó en mantener la unidad entre protestantes. Clic para tuitear

Por otro lado, Zwinglio, el líder de la reforma suiza entendía los elementos de la comunión como símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo. Mientras Lutero creía que al realizarse la acción externa por el ser humano tenía lugar una acción interna y divina, Zwinglio no estaba dispuesto a concederles tal eficacia a los sacramentos, pues ello limitaría la libertad del Espíritu6. Para el reformador Suizo no había eficacia en los sacramentos, incluso considera la Santa Cena sólo como un memorial de la obra de Cristo en la cruz, para él las palabras del evangelio “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”, sólo quieren decir “esto significa mi cuerpo”.

En medio de estas dos posiciones estaba Bucero, aunque su propia convicción personal sobre el tema de los elementos era más cercana a la posición de Zwinglio, tampoco pudo suscribir a todas las ideas del reformador de Zürich pues no podía negar que los sacramentos fueran un medio de gracia. Bucero tenía en alta estima la eclesiología. Para él la unidad de la Iglesia era importante debido a que esta era una extensión viviente de la Encarnación del Hijo de Dios7. Por esto se esforzó en mantener la unidad entre protestantes, incluso aceptando sus diferencias y convicciones. Pero el tema de la eucaristía era muy importante para Lutero y Zwinglio.

En 1529 los principales lideres de la reforma fueron citados en Marburgo  por Felipe I de Hesse, quien tenía como objetivo político unir a los reformadores suizos con los alemanes. En este encuentro participaron Lutero y Melanchthon de Wittenberg, Bucero de Estrasburgo, Ecolampadio de Basilea, y Zwinglio de Zürich.

El rol de Martín Bucero fue el de ser un mediador y conciliador entre las posturas opuestas, pero una vez más el tema de la presencia de Cristo en la eucaristía generó problemas. Justo González nos relata que:

En todos los puntos principales parecían estar de acuerdo, excepto en el que se refería al sentido y la eficacia de la comunión. Y aun en este punto pudo quizá haberse llegado a un entendimiento, de no ser porque Melanchthon le recordó a Lutero que la doctrina que Zwinglio proponía separaría aún más a los luteranos de los católicos alemanes, a quienes Lutero y sus compañeros todavía esperaban ganar para su causa8.

Es en este contexto, y frente a las diferencias con Zwinglio, que se atribuye a Lutero la frase: “no somos del mismo espíritu”. Frente a estos resultados Martin bucero no se desanimó, sino que todo lo contrario, buscó mas enérgicamente poder llegar a un acuerdo entre las partes.

En 1530, ante la Dieta de Augsburgo, Bucero presentó la Confesión Tetrapolitana, una confesión moderada que buscaba resolver los temas que dividían a los protestantes. En ella podemos leer el intento de Bucero de buscar acercamiento a la forma en que Lutero veía la presencia de Cristo en los elementos. El capitulo XVIII de la confesión dice “se dignó dar su verdadero cuerpo y su verdadera sangre para ser verdaderamente comido y bebido para el alimento y la bebida de las almas”9, mostrando de manera abierta la presencia de Cristo en la eucaristía, todo esto con el fin de unir a la Iglesia. La Confesión Tetrapolitana también fue rechazada, pero Bucero no descanso en su labor de buscar la unidad.

En 1538 pidió a Juan Calvino que dirigiera una congregación de franceses, exiliados por motivos religiosos, carentes de dirección pastoral10 en Estrasburgo, solicitud que el reformador francés aceptó. Si bien Bucero no logró convencer a Zwinglio de moderar su postura en el tema de la eucaristía, si logró influir en la manera en que Calvino entendía esta. El reformador francés tomó una posición moderada en cuando a la eucaristía. Él sostenía que la cena es el banquete espiritual, donde el creyente por medio de la fe, se alimenta del cuerpo y la sangre que Cristo ha dado bajo las señales del pan y el vino11.

El trabajo de Bucero para buscar la unidad de la Iglesia nunca llegó a ser realidad. Si bien hubieron ciertas señales de acercamiento entre las perspectivas, como el Concordato de Wittenberg donde se lograban salvar las diferencias entre las posiciones de Bucero y Lutero, o el Consenso de Zurich respecto a la eucaristía, firmado por los principales teólogos suizos, Calvino, Bucero y algunos teólogos del sur de Alemania, las diferencias en este tema se mantienen hasta el día de hoy.

El intento de este reformador ignorado por buscar la unidad en la Iglesia, incluso en medio de las diversidades doctrinales, debiese ser algo que nos impulse a buscar la unidad en amor, paciencia y humildad. Sin menospreciar las doctrinas fundamentales de la fe cristiana, debemos ser compasivos en las diferencias, comprendiendo que hemos sido justificados por la fe en Jesús, que fue el Hijo de Dios quien instauró la comunión y gracias a que él entregó su cuerpo y sangre, somos hoy parte de la familia de Dios y hermanos unos con los otros. Debemos mirarnos a la cara, sentarnos a la mesa y esforzarnos en vivir la oración de nuestro señor Jesús: para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.


J. P. Zamora

Publicada originalmente en el blog de Pastor Laico.
  1. – Justo L. González, Historia del Cristianismo, Tomo 2. (Miami:Editorial Unilit, 1994), 16.
  2. – Francisco Lacueva, Diccionario Teológico Ilustrado. (Colombia:Editorial Clie, 2001), 120.
  3. – cf. Concilio de Trento, Sesión XIII, Cánones 1-3.
  4. – Justo L. González, Historia del pensamiento cristiano, Tomo III. (Nashville: Editorial Caribe, 2002), 65.
  5. – Justo L. González, Historia del pensamiento cristiano, Tomo III. (Nashville: Editorial Caribe, 2002), 63.
  6. – Justo L. González, Historia del Cristianismo, Tomo 2. (Miami:Editorial Unilit, 1994), 31.
  7. – Francisco Lacueva, Diccionario Teológico Ilustrado. (Colombia:Editorial Clie, 2001), 120.
  8. – Justo L. González, Historia del Cristianismo, Tomo 2. (Miami:Editorial Unilit, 1994), 31.
  9. – cf. Confesión Tetrapolitana, Capítulo XVIII.
  10. – Justo L. González, Historia del Cristianismo, Tomo 2. (Miami:Editorial Unilit, 1994), 37.
  11. – Theo G. Donner, Una introducción a la historia y teología de la reforma. (Medellín: Seminario bíblico de Colombia, 1987), 160.

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