La pesca fracasada: Encontrando gracia en la derrota

«Simón Pedro les dijo: Me voy a pescar. Ellos le dijeron: Nosotros también vamos contigo. Fueron y entraron en la barca, y aquella noche no pescaron nada» (Juan 21:3 LBLA)

Cuando hablamos de los milagros de Jesús, casi siempre nuestro enfoque está puesto en el acto espectacular y maravilloso. En el contexto de la pesca milagrosa, solemos resaltar el hecho sobrenatural: las redes llenas de peces. Sin embargo, en esta reflexión, quiero detenerme en el fracaso del final del verso tres: no pescaron nada.

El fracaso es parte de nuestra experiencia de vida. Cada uno de nosotros sabe lo que ha experimentado: los planes que no se lograron, las metas que no se cumplieron, los sueños que no se realizaron. Si analizamos nuestras metas pasadas, es probable que encontremos decepciones en varias áreas de nuestra vida: familiares, laborales, académicas o espirituales. Estas decepciones y sentimientos de frustración no son ajenos a los creyentes, incluso los mismos apóstoles los enfrentaron.

El fracaso: una experiencia necesaria

En Juan 21, observamos cómo Simón Pedro y otros discípulos decidieron regresar a su antigua labor tras la resurrección de Jesús. Aunque esta acción podría parecer extraña, se convierte en el escenario perfecto para que el Señor manifieste su poder. A pesar de su experiencia y esfuerzo, aquella noche «no pescaron nada«. Este episodio nos muestra una verdad profunda: incluso con nuestras mejores intenciones y habilidades, el éxito no siempre está garantizado. Hay aspectos de la vida que escapan a nuestro control, y es crucial reconocer nuestras limitaciones. No somos superhumanos ni tenemos el poder de alcanzar todo lo que deseamos. Inevitablemente, en algún momento, enfrentaremos el fracaso.

Sin embargo, el fracaso no es un accidente en el plan de Dios. Al contrario, saca a la luz nuestra necesidad de Él. Es en el reconocimiento de nuestra debilidad y derrota donde se abre el camino para que la luz del Señor brille en medio de nuestra oscuridad. El fracaso no es el final, sino el inicio de la intervención divina. Antes de que el ciego pudiera ver, estaba ciego. Antes de que el leproso fuera sanado, vivía con lepra. Antes de que Jesús calmara la tempestad, la tormenta rugía. El fracaso, lejos de ser una derrota definitiva, es el terreno donde Dios prepara sus milagros.

La lección de la pesca milagrosa

«Entonces Jesús les dijo: Hijos, ¿acaso tenéis algún pescado? Le respondieron: No. Y Él les dijo: Echad la red al lado derecho de la barca y hallaréis pesca. Entonces la echaron, y no podían sacarla por la gran cantidad de peces» (Juan 21:5-6 LBLA)

La Pesca Milagrosa
La Pesca Milagrosa. G. Doré

Jesús resucitado se aparece a sus discípulos y les da una instrucción clara: «Echad la red». En ese momento, el conocimiento, la experiencia y la habilidad de los discípulos dejan de ser relevantes. Lo que no lograron con esfuerzo humano, ahora sucede de manera milagrosa bajo la guía del Señor. Los peces no fueron el resultado de su destreza, sino de la obediencia a la orden de Jesús.

¿Quiere ver un milagro? Escuche la voz del Maestro y actúe según lo que Él indica.

Aquí podría concluir esta reflexión, exaltando la idea de que el año pasado pudo haber sido un período de fracasos, pero que este nuevo año será tiempo de milagros. Podría animarle a emocionarse, gritar «amén» y salir inspirado por la idea de qué grandes sueños están por cumplirse. Sin embargo, no puedo mentirle. No conozco el futuro. No sé qué nos traerá este año. Tampoco sé si sus metas se cumplirán o si Dios responderá con un «sí» a todas sus oraciones. Lo que sí sé es que hay algo aún más importante que no debemos olvidar: Jesús tiene la mesa servida.

Venid y comed: un banquete de gracia

«Entonces, cuando bajaron a tierra, vieron brasas ya puestas y un pescado colocado sobre ellas, y pan» (Juan 21:9 LBLA)

Cuando los discípulos regresan a la orilla, asombrados por el milagro, se encuentran con una escena inesperada: unas brasas encendidas, pan y un pez. Aunque acababan de capturar 153 peces, no fue esa abundancia lo que Jesús necesitó para preparar el banquete. Él no los envió a pescar porque necesitara su esfuerzo o sus resultados, sino porque deseaba que vivieran una experiencia transformadora. Luego, los invita a acercarse y comer.

A diferencia de otros relatos donde los sanados se alejan tras recibir un milagro, aquí los discípulos permanecen con Jesús. Porque la marca de un verdadero seguidor de Cristo no está en experimentar el poder divino, sino en sentarse a la mesa con el Señor y disfrutar de su compañía.

«La marca de un verdadero seguidor de Cristo no está en experimentar el poder divino, sino en sentarse a la mesa con el Señor y disfrutar de su compañía» Share on X

El cristianismo es, en esencia, una obra milagrosa de Dios. Como creyentes, anhelamos ver su mano en nuestras vidas y presenciar actos sobrenaturales. Sin embargo, no debemos perder de vista lo esencial. Jesús nos enseñó a no enfocarnos solo en los milagros: «Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Lucas 10:20).

El fracaso no es el final, es la llave del actuar divino. El mayor milagro que recibimos es que podemos estar con Cristo. Nuestro fracaso ante Dios abrió la puerta para nuestra salvación, reconciliación y adopción como hijos suyos.

Jesús nos invita a disfrutar de su presencia. Más allá de los milagros que podamos presenciar, lo esencial es recordar que nuestra mayor victoria ya ha sido ganada: la salvación en Cristo. Él nos llama a su mesa, no por nuestros méritos ni por lo que podamos ofrecer, no por nuestros talentos o capacidades, sino porque su gracia lo ha preparado todo.

El fracaso no es el final, sino el terreno donde Dios actúa, transformando nuestras vidas para su gloria. Hoy, el Señor sigue extendiendo la misma invitación: “Venid y comed”. Abramos la puerta de nuestro corazón y sentémonos con Él, disfrutando de la comunión que nos ofrece. 

«Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20).


J. P. Zamora

Adaptación de sermón predicado el día 12 de enero del 2025 en la Iglesia Fuente de Restauración.

Foto de Jonathan Zerger en Unsplash

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